Una tórrida tarde de verano y el 1 de agosto de 1995 caía la bomba: Sevilla y Celta de Vigo eran descendidos a 2B
Pendiente de una pretemporada que llegaba a su ecuador y con la mirada en septiembre para que el balón liguero volviera a rodar, ese primer día de agosto saltaba la noticia y en la tele se escuchaba aquella noticia... "Si no pagan y no tienen las cuentas al día,tendrán que descender..." Y los Comités Deportivo y de Finanzas de la Liga de Fútbol Profesional decidieron no inscribir en la competición al conjunto sevillista y al Celta de Vigo.
El Sevilla FC se veía abocado a jugar en la tercera competición nacional del fútbol español con equipos como el Betis B, Utrera o Mármol Macael, entre otros, y obligaba al filial a bajar una categoría. La anterior temporada el Sevilla logró la clasificación para disputar la Copa de la UEFA, por lo que en la ciudad y en el propio plantel, no se entendía el hecho de mandar al conjunto sevillista a la División de Bronce del fútbol español.
Yendo al grano de lo acontecido durante esas intensas semanas y tras estudiar bastante a conciencia los casos de ambos equipos, la patronal decidió descender a Segunda División B por una cuestión administrativa al Sevilla y al Celta.
LaLiga acusó a los dirigentes de ambas entidades de no presentar en forma y tiempo un aval del presupuesto de la temporada siguiente. Se trataba de una exigencia de La Ley del Deporte de 1990. La Comisión Deportiva y de Finanzas de la Liga revisó la documentación de los 20 equipos de Primera y de Segunda a la finalización del curso 94-95.
Al Sevilla le faltaban 85 millones de pesetas (510.000 euros) y 45 (270.000) al Celta para formalizar sus avales. Descendidos a Segunda B el Sevilla y el Celta, el organismo decidió subir a Primera al Albacete y el Valladolid. Leganés y Getafe ascendieron a Segunda División A.
Con frases como la del presidente del Sevilla en aquel momento, Luis Cuervas: "No tenéis cojones de mandarnos a Segunda B", le soltó el "bueno" de Cuervas al secretario general de la Liga en aquel entonces, Jesús Samper. Y así las cosas, las directivas no sabían ni donde meterse ni como afrontar tal palo, así que fueron las aficiones las que tomaron la iniciativa y tomaron cartas en el asunto.
Unos 30.000 aficionados/as sevillistas se lanzaron a la calle para protestar la decisión del descenso tomando las calles de Sevilla el mismo 1 de agosto. Los jugadores del primer equipo, por su parte, se encontraban concentrados en Chiclana en plena pretemporada... Estaban completamente superados, pero, aun así, el capitán en aquel entonces del plantel andaluz, Manolo Jiménez, tomó las riendas y fue comunicando puerta por puerta la situación.
Días después, el sevillismo volvió a vivir una situación similar. El día 7 de agosto, 35.000 seguidores acudieron al entrenamiento del equipo en el Sánchez-Pizjuán, y posteriormente se marcharon a la Plaza de España para manifestarse ante la Delegación del Gobierno. Monchi, Tevenet y Jiménez estuvieron en aquella manifestación, y allí nació el famoso cántico de "Sevilla, hasta la muerte".
Una plantilla que le costó reaccionar a la noticia de aquel 1 de agosto y que dejó "helados" a los futbolistas que hacían la pretemporada a las órdenes del portugués Toni Oliveira.
"Recuerdo que estábamos concentrados en la playa de Sancti Petri (Chiclana, Cádiz) y la noticia nos la dio Manolo Jiménez, que era el capitán, a la hora de la siesta. Apareció en las habitaciones muy nervioso y casi llorando. De entrada no nos lo creíamos e intentamos tranquilizarlo, pero conforme se confirmaba, nos quedamos helados", declaró Unzué a Efe.
Ahora vamos a la parte final, donde se encuentra el desenlace de este surrealista episodio de la historia de la Liga:
"Luis Cuervas, superado por los acontecimientos, se vio obligado a dimitir por la gestión de la crisis. Era el 5 de agosto. Le relevó en el mando el vicepresidente, José María del Nido, a quien la tormenta le había pillado de vacaciones en París. “La afición estuvo increíble y creo que salvó buena parte de la delicada situación. La manifestación fue un éxito”, recuerda Pablo Blanco, actual coordinador de los escalafones inferiores de la entidad sevillista.
Los dirigentes del Sevilla y el Celta viajaron constantemente a Madrid para reunirse con los jefes de la Liga e intentar salvar la situación en una constante batalla jurídica. Fue la primera gran crisis que tuvo que lidiar el gallego Horacio Gómez en la presidencia celtiña.
Antonio Baró, el presidente, y Samper, los dirigentes de la Liga, se mantenían inflexibles, pero la presión popular en Sevilla y Vigo comenzó a hacer mella.
Los políticos entraron en acción mientras se sucedían imágenes surrealistas en ambas ciudades. Miles de aficionados permanecieron pegados a la radio de madrugada, pendientes de la información de los programas deportivos, en plena efervescencia a partir de las doce de la noche.
Continuemos con la historia:
Fueron dos semanas de bastante incertidumbre. Prensa, telediarios y radios no paraban día tras día de manejar hipótesis y seguir creando debates mientras se decidía que ocurriría.
El Consejo Superior de Deportes, a través del secretario de Estado, Rafael Cortés Elvira, medió con la Liga para buscar una solución. “No se puede castigar a la gente”, manifestó Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces ministro de la Presidencia.
Desde Sevilla se asegura incluso que Felipe González, presidente del Gobierno y sevillano de nacimiento, presionó para que la Liga adoptara una decisión que salvaguardara los intereses del Sevilla y el Celta, más el de los ascendidos Valladolid y Albacete. La Liga de 22 equipos empezaba a tomar cuerpo.
Todo se decidió en una surrealista asamblea de la patronal el 16 de agosto. 50 autocares habían salido desde Vigo y 4.000 aficionados del Celta se presentaron en la capital de España el día de la reunión.
El cónclave era un caos. Los equipos, con miles de aficionados gallegos en la puerta de la sede de la Liga, deciden votar por aclamación y no de forma individual la propuesta de una Liga de 22 que ya había sido sugerida por el Gobierno.
El momento fue cumbre. “¿En qué quedamos, 22 equipos? ¿Estamos todos de acuerdo? ¿Sí?, pues aprobado”. Estas fueron las palabras de Jesús Gil, presidente del Atlético, con la que se cerraban dos semanas surrealistas en el fútbol español y se decidió por unanimidad una Liga de 22 equipos durante dos años.
La Liga de 22 equipos durante dos temporadas fue un experimento hasta su regulación y volver a lo que es a día de hoy, 20 equipos luchando en la Primera División del fútbol español.
Treinta años después, un nuevo consejo de administración vuelve a arruinar en Sevilla FC y hacer sufrir a su vientre más preciados, su afición.